domingo, julio 09, 2006

Logros a niveles históricos

HAMLET HERMANN
El aislamiento territorial de República Dominicana en relación con el resto del mundo parece influir para que nos sintamos superiores a lo que en realidad somos. Como buenos isleños en todo nos creemos ser los primeros, los mayores o los mejores. Nos vanagloriamos de tener la ciudad primada de América, así como la primera universidad y el primer hospital del nuevo mundo. Ostentamos tiranos como padre de la democracia y padre de la patria nueva, y hasta tres padres de la patria dominicana como si con uno no bastara y sobrara. Y desde que se inició el siglo veintiuno nos ha dado por implantar récord histórico en cada rama de la política, de la sociedad y de la economía.
No hay quien maneje cifras y datos económicos como nuestros funcionarios. Para esos, República Dominicana es el país poseedor del record histórico de aumento del Producto Interno Bruto. Claro que esa cifra viene acompañada con que somos el país que menos invierte en cuestiones sociales y donde la pobreza ha crecido a mayor velocidad. Esto así, el comportamiento aparente de cifras nos hace pensar que también el Banco Central podría ser incluido en la lista de posibles consumidores de esteroides como los beisbolistas McGuire, Palmeiro y Sosa. Tanto vigor en los impresionantes saltos de la economía dominicana poco tiene que ver con que el mercado sea más “vivo” o que la globalización use bates con corcho incrustado. De alguna manera los esteroides han llegado hasta los politizados economistas que calculan nuestros bienestares olvidando adrede lo que son las necesidades reales. Mientras, en cada hogar, los gastos familiares son cada día mayores y la calidad de vida disminuye.
En materia de inseguridad ciudadana quizás no hemos llegado a niveles históricos, pero nos estamos acercando. Ya no sufrimos las salvajadas de “La Banda” y “Los Incontrolables” grupos de sicarios vigentes durante los luctuosos “doce años” del doctor Joaquín Balaguer. Pero ahora tampoco es sorpresa si en un asalto o un crimen por encargo participan policías o militares, vale decir, aquellos encargados de mantener la seguridad ciudadana. Vivimos bajo la angustia de sentirnos relativamente seguros sólo mientras brilla el sol. Así, la indefensa ciudadanía va construyendo su propia cárcel con la peligrosa noche que ahora tiende a ser etapa prohibida.
En cuanto al comportamiento en el sector transporte, nos llevamos las palmas y siempre habrá que entregarnos rabo y oreja al final de cada corrida. Los empresarios del transporte público y los funcionarios gubernamentales del sector se comportan como dos burros que halan en direcciones opuestas. Unos aumentan desproporcionadamente los precios de los combustibles cada semana hasta niveles históricos. Los otros aumentan la tarifa o recortan las rutas como nunca antes. Mientras, el peatón trata de sobrevivir a duras penas con el pésimo servicio. Al mismo tiempo, los genios gubernamentales invierten lo que no tienen en la construcción de un tren subterráneo, sin preocuparse siquiera por empezar por el principio. Construir un techo antes que los cimientos equivalen a provocar que el edificio pueda caerles encima.
Pero donde nos llevamos los laureles es en materia de excusas fabricadas para justificar los malos haceres y los peores decires. De repente, cada protesta ciudadana que no puede ser esquivada por los funcionarios es llamada “error” o “equivocación”. Nunca se admite que se ha mentido ex profeso. Ante esta realidad, no puede despreciarse la probabilidad de que el perjurio sea adoptado como norma social. Diputados y Senadores, jueces electorales y funcionarios de cualquier nivel han hecho de la decencia y del pudor herejías inaceptables. La falta de credibilidad ha alcanzado niveles históricos hasta el punto de que ocupar esos cargos disminuye automáticamente el prestigio de las personas. Da la impresión de que nadie está dispuesto a pagar el rescate por el secuestro de la decencia y de la honestidad que ha hecho la politiquería.
No muy atrás en materia de récord histórico aparecen los tribunales de la República. Estos se han convertido en calesitas, caballitos de feria que dan vueltas y vueltas alrededor de los casos en que comparezcan como acusados, políticos y banqueros. Tan sencillo que sería para los jueces medir la velocidad de fabulosos enriquecimientos como forma de precisar la procedencia de lo bien ganado y lo malversado. Pero la ceguera de nuestra Justicia nos lleva a confirmar que la venda no es tan opaca como se pregona.
Y como en casi todo, donde no podemos ostentar el record, por lo menos tenemos un buen “average”.

Fuente: Periferia-I

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